Este
viernes abordamos un interesante artículo publicado en“Actualización en medicina de familia” donde un psiquiatra y una
medico de familia abordan el uso adecuado de antidepresivos (AD).
Este artículo recoge las indicaciones en la práctica de los AD, qué
aportan los ensayos clínicos aleatorizados y sus sesgos. Además y
nos parece de gran interés ya que es poco habitual, incorporan la
perspectiva de los estudios cualitativos y naturalísticos: “las
personas están activamente involucradas en dar significado al hecho
de tomar un antidepresivo y que esto tiene implicaciones en el valor
que le dan en su vida”.
Según
postulan: “Para poder hacer un uso adecuado de los AD hay que
reconsiderar varias aspectos relevantes: la alta respuesta al placebo
y la escasa diferencia en eficacia de los AD respecto a este, salvo
en la minoría de los casos más graves; la variabilidad en la
respuesta personal al tratamiento y los condicionantes psicológicos
y sociales que influyen en ello; los efectos adversos a largo plazo
incluyendo la disforia tardía y el síndrome de abstinencia y,
teniendo en cuenta todo esto, el modelo desde el que se pauta el
antidepresivo.
Habitualmente,
la prescripción se realiza desde un modelo de enfermedad: los AD
corrigen un desequilibrio neuroquímico y sus efectos beneficiosos se
derivan de su acción específica sobre el presunto proceso de la
enfermedad, como la insulina en la diabetes. Sin embargo, el modelo
de prescripción centrado en el fármaco postula que los AD crean un
estado alterado en el cerebro y sus efectos se solapan, alteran y se
superponen a la expresión de los problemas mentales, como lo hace el
alcohol, por ejemplo, en la ansiedad social. Este modelo supera el
reduccionismo biomédico, otorga un rol más activo al paciente en el
afrontamiento de su problema y se ajusta mejor al mecanismo de acción
de las sustancias que actúan en el sistema nervioso central y a las
peculiaridades descritas de los AD”
Creemos
se trata de un artículo que introduce un punto de vista interesante
y que llega a las siguientes conclusiones:
Los problemas
mentales no pueden ser conceptualizados exclusivamente como
enfermedades médicas provocadas por una alteración neuroquímica,
y los fármacos llamados antidepresivos no son, por tanto, un
tratamiento etiológico de aquellos.
A diferencia de
los fármacos empleados en patologías médicas, los ensayos
clínicos aleatorizados no son la única ni, probablemente, la mejor
herramienta para conocer la eficacia de los AD en los problemas
mentales y además presentan múltiples sesgos. Con esta
metodología, hasta el momento los AD no demuestran una eficacia
superior al placebo, salvo en algunos de los pacientes con
sintomatología más grave.
La eficacia de los
AD en la práctica clínica puede atribuirse a la elevada respuesta
de la sintomatología ansiosodepresiva al placebo, la alianza
terapéutica que establece el médico con el paciente, la mejoría
clínica espontánea, cambios en el entorno y también al estado
psicológico que inducen estos fármacos al provocar un
distanciamiento afectivo del entorno o al reducir la intensidad de
las reacciones emocionales, por ejemplo.
Los AD pueden
tener un papel en los pacientes con clínica más grave como
tratamiento sintomático y de forma transitoria, siempre en el
contexto de otras actuaciones que propicien una reordenación más
positiva del paciente con su entorno.
La prescripción
crónica no está justificada y es fundamental realizar un
seguimiento de los efectos adversos y su impacto clínico.
Es fundamental plantearse permanentemente una
deprescripción, que ha de realizarse con extraordinaria cautela
para evitar un síndrome de abstinencia.