Estimados compañeros
En esta ocasión, a diferencia de lo acostumbrado, no os traemos un producto fresco y recién cosechado, sino un trabajo publicado hace algunos años y que, como el buen vino, mantiene absolutamente su vigencia.
En concreto, se trata de un Boletín INFAC publicado en 2016 y que lleva por título Inhibidores de la Bomba de Protones (IBP): recomendaciones de uso.
Este boletín incluye información muy útil para que nos replanteemos el uso que hacemos de los IBP en nuestros pacientes. Que existe un inmenso margen de mejora en el uso de estos fármacos no se le escapa a nadie: pacientes en tratamiento sin indicación clara, dosis elevadas y tratamientos innecesariamente prolongados, mantenimiento de prescripciones inadecuadas tras transiciones asistenciales (ay, esa conciliación, qué necesaria es...), duplicidades, uso de alternativas más caras que no aportan ningún beneficio adicional, etc.
Pasemos a comentar algunas de las recomendaciones para tratar de mejorar esto:
ANTES DE PRESCRIBIR:
I.- Asegurarnos de que el paciente presenta alguna de las indicaciones para las que se recomiendan estos fármacos.
Los IBP están indicados principalmente en enfermedades relacionadas con la secreción ácida gástrica, donde han demostrado ser más eficaces que otros antiulcerosos como los antihistamínicos-H2 (antiH2).
Además, se utilizan para la prevención de gastropatías secundarias a fármacos:
EN EL MOMENTO DE PRESCRIBIR:
II.- Al iniciar un tratamiento, plantear al paciente la duración inicial del mismo y la necesidad de su revisión.
Si hacemos esto, luego nos resultará más sencilla su retirada si observamos que ha dejado de estar indicado.
III.- Los IBP son fármacos seguros pero no inocuos. Tengamos en cuenta sus efectos adversos.
Debemos tener especial precaución en pacientes con alto riesgo de enfermedad renal, hipomagnesemia y fractura osteoporótica.
IV.- Una vez que estamos seguros de la pertinencia del tratamiento, escojamos el IBP más coste-efectivo.
La bibliografía revisada coincide en señalar que no existen diferencias importantes en cuanto a eficacia y seguridad entre los diferentes IBP (omeprazol, lansoprazol, pantoprazol, rabeprazol y esomeprazol) cuando se comparan a dosis equivalentes.
Omeprazol es el IBP con mayor experiencia de uso y menor coste; por ello es el fármaco más eficiente del grupo y el IBP de elección. [ojo, recordemos que en 2009 la AEMPS emitió una nota donde desaconsejaba el tratamiento concomitante con omeprazol o esomeprazol en pacientes en tratamiento con clopidogrel, excepto que se considerara estrictamente necesario].
Estamos en un sistema público y es responsabilidad de todos gestionar los recursos de la forma más eficiente posible. ¿Por qué prescribimos otros IBP más caros cuando obtendríamos el mismo resultado con una dosis equipotente de omeprazol, a un menor coste para el paciente y para el sistema? Convendría que nos lo preguntáramos.
Por cierto, antes de que se nos acuse de "economicistas" o "recortadores de gasto", que es de lo peor que te pueden llamar cuando la salud está por medio, queremos hacer nuestra esta reflexión de 2007 de los compañeros de INFAC:
El recurso más fácil para eludir la responsabilidad de considerar el coste de lo que prescribimos es bien conocido: «yo prescribo lo mejor para mi paciente»; «si es demasiado caro, que no lo financie el sistema»; o «¿por qué se registran fármacos si luego se dice que no aportan nada nuevo?»…
¿Acaso nosotros no somos también gestores de los recursos públicos? Lo hacemos cada día, al pedir pruebas diagnósticas, al derivar los pacientes a otros niveles asistenciales, en la toma de decisiones terapéuticas, quirúrgicas, etc. ¿Somos conscientes de que nuestras decisiones afectan, aunque sea en una pequeña parte, a la forma en que se gasta el dinero público?
(...)
Trabajamos en una empresa pública, con unos recursos que no son infinitos, sino limitados. Debemos pensar que todo lo que nos gastamos en medicamentos no lo estamos gastando en otras partidas. Es lo que en economía se llama coste-oportunidad: perdemos la oportunidad de destinar esos fondos a otras finalidades en las que podrían ser más útiles, e incluso más deseables desde el punto de vista de los pacientes (¿financiación de medicamentos antitabaco?, ¿aumento de la plantilla en los centros de salud y hospitales?).
(:..)
La libertad de prescripción no puede servir como excusa para que no se tenga en cuenta el coste que suponen los medicamentos que prescribimos; no hay duda de que todos queremos lo mejor para nuestros pacientes, pero «lo mejor», y lo más ético, incluye posibilitar que el paciente (y la sociedad en su conjunto), no pague más innecesariamente por un medicamento que no le aporta ninguna ventaja adicional sobre otras alternativas más baratas.
DURANTE EL TRATAMIENTO:
V.- Revisar periódicamente la pertinencia del tratamiento y, en caso, necesario, plantearnos su deprescripción.
Recordemos que no hay medicamentos para toda la vida.
Por supuesto, recomendamos la lectura del boletín original, que aporta y contiene mucha más información que la que nosotros hemos resumido aquí.
Hasta la próxima.